Éxtasis de un beso
Te vi hace dos meses por última vez, seguías igual de preciosa, las vacaciones de verano te habían sentado muy bien dándole un bonito moreno a tu piel. Gracias a tu piel, tus verdes ojos hacían un buen contraste con ella y con tu largo y rizado pelo azabache, llevabas puesto un vestido con motivos florales, era un vestido veraniego, con dos pequeños volantes acariciando tus rodillas, escoltándolas al andar y bajo tus largas y delgadas piernas calzabas unos zapatos de tacón dignos de un equilibrista.
Andabas con decisión hacia mí por aquel callejón de la judería de Sevilla, yo iba hacia ti con terror, anhelándote. Tras lo que me pareció un siglo, nos acercamos sin siquiera saludarnos, y nos besamos, nos abrazamos juntando nuestros cuerpos, mi cuerpo con tu magnífico ser, al tuyo se le adivinaban todas sus curvas a través del vestido. Nos apoyamos en una pared, junto a la hostería del laurel, el alma de Don Juan Tenorio nos miraba a través de una ventana con envidia, un torbellino de niebla y placer nos levantó de tierra y girando sobre nosotros mismos aparecimos tumbados en el patio del Archivo de Indias, el cual tiene como replica al del Escorial, en el patio retozamos sobre el frío suelo calentándolo con nuestra hirviente sangre y sudor, junto a aquel infinito beso nuestras nerviosas manos exploraban al otro, tocando todos nuestros rincones, en pleno éxtasis despegamos, y como una paloma, nos posamos a los pies del Giraldillo, que se movía como buena veleta y nos tapaba del aire y nos bañaba con rayos de luna. Amándonos, incluso llorando de alegría y placer, comenzamos a caer catedral abajo lentamente, sin despegarnos, pero nuestras prendas se despegaban de nuestros cuerpos, hasta que caímos en un olvidado banco de la avenida Republica Argentina.
Nos despertamos con el frío amanecer, estábamos desaliñados, no recordaba cómo llegamos allí, alguien afirmó un día que el amor es una droga. Una vez despiertos, ella se separó de mí y comenzó a arreglar su vestido, y yo la imité. Inmediatamente después ella comenzó a andar hacia el puente para cruzarlo e irse, yo, corrí detrás suyo, la llamé y ella se volvió al pie del puente, me acerqué y le pregunte que por qué se iba, ella me dijo que tenía que irse, yo le pregunté por qué no me lo había dicho, y le dije que la amaba con locura, ella, me dio apenas un beso casi rozando mis labios, dijo adiós, y se fue. Entonces comprendí que nunca mas la vería, con melancolía, odio, amor, tristeza, y ganas de morir por ella, me introducí en un olvidado y oscuro callejón, para no volver a salir de a la ciudad y refugiarme en algún mundo de añoranza y amor
Andabas con decisión hacia mí por aquel callejón de la judería de Sevilla, yo iba hacia ti con terror, anhelándote. Tras lo que me pareció un siglo, nos acercamos sin siquiera saludarnos, y nos besamos, nos abrazamos juntando nuestros cuerpos, mi cuerpo con tu magnífico ser, al tuyo se le adivinaban todas sus curvas a través del vestido. Nos apoyamos en una pared, junto a la hostería del laurel, el alma de Don Juan Tenorio nos miraba a través de una ventana con envidia, un torbellino de niebla y placer nos levantó de tierra y girando sobre nosotros mismos aparecimos tumbados en el patio del Archivo de Indias, el cual tiene como replica al del Escorial, en el patio retozamos sobre el frío suelo calentándolo con nuestra hirviente sangre y sudor, junto a aquel infinito beso nuestras nerviosas manos exploraban al otro, tocando todos nuestros rincones, en pleno éxtasis despegamos, y como una paloma, nos posamos a los pies del Giraldillo, que se movía como buena veleta y nos tapaba del aire y nos bañaba con rayos de luna. Amándonos, incluso llorando de alegría y placer, comenzamos a caer catedral abajo lentamente, sin despegarnos, pero nuestras prendas se despegaban de nuestros cuerpos, hasta que caímos en un olvidado banco de la avenida Republica Argentina.
Nos despertamos con el frío amanecer, estábamos desaliñados, no recordaba cómo llegamos allí, alguien afirmó un día que el amor es una droga. Una vez despiertos, ella se separó de mí y comenzó a arreglar su vestido, y yo la imité. Inmediatamente después ella comenzó a andar hacia el puente para cruzarlo e irse, yo, corrí detrás suyo, la llamé y ella se volvió al pie del puente, me acerqué y le pregunte que por qué se iba, ella me dijo que tenía que irse, yo le pregunté por qué no me lo había dicho, y le dije que la amaba con locura, ella, me dio apenas un beso casi rozando mis labios, dijo adiós, y se fue. Entonces comprendí que nunca mas la vería, con melancolía, odio, amor, tristeza, y ganas de morir por ella, me introducí en un olvidado y oscuro callejón, para no volver a salir de a la ciudad y refugiarme en algún mundo de añoranza y amor
8 comentarios
Bernal -
un abrazo
Merche -
Me ha gustado mucho, Bernal.
Abrazos
joseme -
Fuego o aire. Cuerpo o incienso.
Venga un saludo, a este otro lado del puente de la vida.
Bernal -
Un abrazo
Goreño -
Bernal -
Gracias a los dos.
Un abrazo
NOFRET -
Un gusto releer tu relato apasionado. ;)
Besos!
felipe -